lunes, 22 de febrero de 2010

El derecho al voto femenino y ¿el deber?

Por Hilda Gómez Gómez
No cabe duda que la reforma a los artículos 34 y 115 de nuestra Constitución, publicada en el Diario oficial de la Federación el 17 de octubre de 1953, que otorgó finalmente a las mujeres mexicanas el derecho a votar y ser votadas, representó no sólo la posibilidad de su participación plena en política, sino sobre todo, un profundo avance hacia un México más justo y equitativo.

Hombre y mujer, como seres humanos, tenemos una vocación natural a vivir en sociedad; desde que nacemos llegamos al menos a los brazos de una madre y formamos parte de inmediato, de una pequeña o a veces no tan pequeña sociedad que es la familia y, simultáneamente y sin darnos cuenta, nos insertamos a grupos sociales mayores como lo son la ciudad y el país.

En nuestro desarrollo individual, nos percatamos que necesitamos integrarnos adecuadamente a la sociedad de la que formamos parte, y, a su vez comprobamos, que este desarrollo será mayor en la medida que seamos capaces de generar una sociedad más sana y más ordenada que sostenga y potencialice todas nuestras actividades humanas.

Por el contrario, el descuido o debilitamiento social, afecta necesariamente nuestro desarrollo individual, como sucede desafortunadamente en estos tiempos.

Por esto, surge de manera natural y no como una creación, la actividad política como deber ético de todo miembro de una comunidad que, por el solo hecho formar parte de ella, está obligado a contribuir de manera permanente al bien común, al “bien de la ciudad”.

Por estas razones, el otorgamiento pleno del voto a las mujeres, implica el reconocimiento a su naturaleza y dignidad como persona, a sus necesidades de realización personal y a su derecho natural para contribuir activamente al bien de su comunidad y lograr las condiciones necesarias tanto materiales, culturales y jurídicas que requiere, en igualdad de condiciones que el hombre.

Hoy, a 56 años de esta conquista, con el reconocimiento pleno de nuestros derechos políticos, integradas en casi todos los ámbitos de la sociedad mexicana, y principalmente, por el hecho de que somos una clara mayoría social que puede influir y decidir prácticamente en todo, tenemos la más alta responsabilidad en estos tiempos difíciles y ante retos como la impunidad, la pobreza, la violencia y otros propios de nuestro género como la discriminación laboral, de aportar con determinación y generosidad nuestras ideas, trabajo, liderazgo y capacidades para el mismo objetivo de entonces: el de construir una sociedad más humana y más justa.

La pregunta para cada una de nosotras es: ¿Lo estamos haciendo?