martes, 5 de julio de 2011

Tupac Díaz

Tangente
Por Oscar Díaz Salazar

Mi sobrino mayor, el de más edad, el más grande de los hijos de mis hermanos, el sobrino preferido… como todos mis sobrinos, nos anunció un día que se iba del país, que iniciaría los trámites para poder residir y trabajar en otra ciudad, de otro país, de un continente diferente.

Tupac, el joven al que tuve el privilegio de ver crecer, el licenciado en Diseño grafico que me regaló muchísimas anécdotas en su niñez, el que me pidió que lo acompañara cuando tuvo que afrontar algunas de las consecuencias de su actuar como un adulto, se quiere ir de México.

El joven que en su boda juntó a sus tíos - a mis dos hermanos y a mí - para regalarnos, con un abrazo, una muestra del gran afecto que nos tiene, y para decirnos que para él fuimos como sus padres.

Tupac Díaz, el “Jere” para su familia, se marcha el próximo mes a Nueva Zelanda… y para quienes lo queremos, nos representa un triste y amargo dilema, el no tener ánimos ni argumentos para pedirle que no se vaya, el contener nuestro deseo de solicitarle que no abandone a su país, que no se aleje, que no nos abandone.

En mis años mozos, tuve la ilusión de estudiar en el extranjero. Por razones que no viene al caso recordar, se frustró mi proyecto de estudiar la universidad en un país lejano. Mis ganas de viajar al extranjero, a diferencia del ánimo con el que Tupac prepara su autoexilio, tenían fecha de caducidad y boleto de regreso. Yo quería prepararme, estudiar, experimentar… y regresar al terruño para servirle a mi patria. Tupac organizó su salida con coraje, con la ira contenida, con profunda tristeza, con el disgusto y el sentimiento de impotencia que provocan las escenas de violencia, las historias de arbitrariedades, el cambio de hábitos para preservar la vida, el miedo y la desconfianza.

Tupac se quiere ir… se va a ir y no piensa en el regreso… y nosotros, sus seres queridos, su familia, no tenemos los argumentos, ni el valor, ni el ánimo para decirle que se quede. A pesar de los sentimientos que motivan su decisión, sentimientos negativos, para llamarlos de alguna forma, mantiene sin embargo los buenos sentimientos para los que tenemos el privilegio de contar con su afecto, además de compartir lazos de sangre.

“Nadamas dejen que me establezca, y me mandan a mis primos – nuestros hijos – para que estudien allá”, nos dice Tupac a sus tíos, y nosotros por supuesto que agradecemos la invitación… invitación que por otra parte nos obliga a re pensar el proyecto de cambiar de residencia, para conservar la vida, guarecernos del peligro y proteger a nuestros hijos.

Tupac Díaz es un joven mayor de edad, trabajador, responsable, simpático, cumplido, atento a sus obligaciones, generoso, noble.

En alguna ocasión le pedí que reconsiderara su idea de abandonar el país… sin atreverme a pedirle que se quedara.

Mi hermano me recriminó por hacerle más amargo el trago, por provocarle la tristeza que nubló su mirada, en esa tarde que nos anunció la fecha de su partida.

La respuesta para mi hermano fue decirle que me encontraba ante un gran dilema, pues si bien había muchas razones que me impedían pedirle que no se fuera, además del respeto que me merecen sus decisiones, no podía dejar pasar la oportunidad para hacerle sentir que lo queremos, para confesarle que aún perdura la alegría que nos provocó su existencia. El debate con mi hermano concluyó cuando le dije, con un nudo en la garganta, que a Tupac le ayudaríamos a irse, si persiste su deseo, o a quedarse si cambia de idea.

Comparto con ustedes estas notas que escribí para mi sobrino, porque estoy convencido de que la tragedia que experimenta nuestro país, la componen y se reflejan en la infinidad de historias como esta que hoy entristece a mi familia. La dimensión de los problemas que tenemos en México, es más fácil valorarla desde la perspectiva más cercana, más personal.

oscardiaz482@msn.com

Reynosa, Tamaulipas a 4 de julio de 2011